jueves, agosto 09, 2012

Pintura

Por Claudio Phoenicóperus.

La fuerza de Eva.
Lourdes Berbeyer (México, 2006).
Políptico.
Acrilico. 80 x 80 cm.

La fuerza de Eva

Uno de esos días remotísimos de los primeros tiempos, aquellos en los que corrían las eras clásicas y míticas de la Hélade, península agreste poblada por ufanos olivos, surcada por las grecas cordilleras y vegas fecundísimas, gobernada por los olímpicos caprichos de sus dioses, la madre de todos ellos, la monolítica Hera con sus manos de hierro en criba y su lengua de argento revestida, invocó desde lo más azur del confín celeste a su servil creatura de leonadas ancas y potentísimas zarpas, sostenida del cielo adusto por dos magnánimas alas emplumadas y más albas que nevada, su testa embozada por un rostro femíneo de belleza inigualable y subhumana, con sus ojos arabescos y hechiceros, sus labios de rapaz Vulcana, rojos como el Hades, crepitantes como el fuego, mortíferos como la cicuta; su perfil labrado en mármol, insostenible y pétreo, perfecto símil de geometría euclidiana; su voz de terciopelo bruñido y bruno le presentó en saludos miles de loas y respetos a la diosa enfadada, inclinando la cabeza se descolgó desde su nuca, tremendas crines rubias y trenzadas.

          La diosa hostil enterneció su gesto ante la creatura gacha y abnegada, pasó su mano en caricia sobre la cabellera de la bestia amilanada, Hera entregó su mandato sin usar una sola palabra, la esfinge debía descender en Tebas y devorar a cada alma humana en punitiva revancha por el crimen de Layo y Crísipo al negarse a conseguir cada uno una esposa para sí, y en cambio amarse entre ambos, con su amor de macho a macho y de espada contra espada.

          La esfinge cayó como rayo castigador sobre Tebas, y se asentó en el umbral del pináculo desde el que se tendía un puente que conducía a la salida de la polis, para detener el paso de los despavoridos tebanos que al sentirla llegar, emprendieron la fuga y a cada uno de ellos impuso en peaje; la resolución de un enigma, para dejarlos pasar. Multitudes perecieron en las fauces perfumadas de la felina creatura sin poder resolver ninguno de los enigmas. Un joven de misterioso intelecto se postró ante la esfinge, le elogió la belleza y le adornó la sapiencia y de muy humilde talante le solicitó el paso, mas la esfinge ardiente en soberbia y autocomplacencia impuso a Edipo —nombre del imberbe—, la misma cuota y peaje que a los que le precedieron: “¿Que engendro de esta tierra anda en su alborada a cuatro patas, en su medianía traza el paso a sólo dos, y en su crepúsculo surca el sendero con tres?”, dijo la esfinge con una sonrisa tremenda y asegurada. “Si rompes el enigma, mi cerco se romperá también, muchacho”, sentenció la bestia. Edipo se inclinó severo y consumió minutos al pensar, finalmente respondió: “El hombre en la mañana de su vida anda en cuatro patas pues gatea, en su medio día anda en dos pues no precisa más, y en su atardecer anda en tres pues asume el báculo como un pie extraordinario para no caer”. La esfinge rugió y se arrancó trece bigotes, e impuso a Edipo un nuevo acertijo traicionando su promesa de dejarlo transitar diciendo con no poca furia: “Dos hermanas, dos gemelas, una oscura y la otra clara, la primera engendra a la otra y la segunda le engendra a su vez ¿Qué es lo que es?”. Edipo tras breve reflexión respondió sin titubeo alguno: “El día y la noche”. La esfinge ardió en cólera, se arrancó los labios con sus propios dientes y de ira y frustración se lanzó al abismo con el orgullo hecho girones y sin abrir las alas ni levantar ni el semblante ni el vuelo; dio con la testa franca en el distante lecho del desfiladero. Edipo fue vitoreado y coronado como rey de Tebas por el agradecido pueblo liberado.

          Las esfinges no son sólo creaturas de mitología, son entes delicados, propiciatorios, volátiles y magnéticos, huidizos e indómitos; cruzaron el mar Egeo y surcaron al vuelo las parábolas del Nilo, y reposaron sobre la arena ardiente para que los egipcios con sus cinceles y mazas erigieran toneladas en piedra. Ungidas con la sangre y el sudor esclavo, las efigies tributarias de esos seres prodigiosos remontaron la extensión magnánima del atlántico y aterrizaron en el acrílico de Lourdes Berbeyer, que a la postre bautizó como La fuerza de Eva.


          La composición en acrílico de la pintora mexicana, políptico segmentado en cuadrantes, representa más allá del mítico portento y encanto de la “nuestra primera madre”, recaba la mágica longitud, el cosmos, la belleza sofisticada, el misterio, el misticismo inherente de toda mujer. No es fortuito que la esfinge viniera de tan lejos y se posara a capricho sobre el lienzo; existe una invocación bien precisa por parte de la pintora a esta creatura de tan bella catadura.

          Me sienta muy a gusto atomizar los elementos que componen el trabajo para darles un enfoque más explicativo sobre el mensaje estético contenido en él. En primer lugar, podemos apreciar con rotunda facilidad en el extremo derecho de la pintura, un torso femenino, atlético, vibrátil, sólido, esculpido en carne con rasgos durísimos, bien delineados, de profundas fibras, de músculos potentes que convergen en una tensión incontinente en el plexo femenino; unos senos pendientes, vigilantes, postergados, de turgencia inerte, impresos como un sello en cera, sometidos al estrujo final con que se extiende el brazo derecho de un ser femenino. Este elemento surge con una elocuencia inextinguible; la fuerza de Eva, de todas las Evas, ancestrales y novicias, se proyecta en su abrazo potente e irrenunciable, en su vitalidad franca y testaruda para abrazarse y abrazarlo todo, para abarcar por integra la existencia humana, para abrazar a sus hijos como una leona fiera, para abrazarse a su amor como un aura votiva, para abrazar sus sueños como un grillete de flores inquebrantables, para abrazar el mundo y protegerlo con sus carnes de fértil solaz y tierna temperatura, y lo lleva a converger todo a su vientre, como una supernova que reclama para sí lo que ha expulsado en su arcano nacimiento.

          En los cuadrantes opuestos observamos, lo que a riesgo estético, nombraré como el espejo interno; agazapada y contraída la bestial belleza de la esfinge con su rostro femenino cruzado por bigotes gatunos, con un semblante reposado, nada fiero, ni soberbio como aquella, la otra esfinge que enfrentó al Edipo en la polis griega de Tebas; es una máscara luminosa de humanidad y de ternura, soporífera y silente, arrebatada de una meditación muy profunda; el orbe apenas contiene los trazos feroces de la mítica creatura, las alas frágiles amainadas, los muslos en escuadra recogidos, el rabo gentilmente serpentino, la coraza pectoral poblada de áureo vellocino. En una de las zarpas porta un libro, y en el bisel de la esfera se aprecia una cenefa que porta la palabra Eva, y un par más cuya leyenda es indescifrable.

          La fuerza interna de Eva, de la Eva no bíblica, va viva en su magia y en su enigma, en su irrefutable misterio y sigilo, en el temple fortísimo de leona, en su testa lúcida y razonable de mujer conmovedora, en la sapientísima garra de su intelecto reflejada en el seño tranquilo y el atrezzo que hay del libro. Para enfatizar el ambiente ardoroso de la composición, la pintora, sin casualidad, emplea el color naranja predominante sobre el azul. En suma, la contextura muestra una dualidad y contraste entre elementos ficticios y realistas; por un lado el cuerpo femenino nos liga a lo terreno, la esfinge por el otro nos lleva al lado sublime y mágico, la contraposición de los colores arraiga una batalla armónica y desigual, los trazos en la figura humana son contundentes, recios, definidos; los que dibujan a la figura mitológica tienden a cierta lejanía y difusión. Concluyendo: La fuerza de Eva es el aglutinamiento de las fuerzas internas y externas, reales y mágicas, pacíficas y bélicas, feroces y humanas. Un cuadro, sin más, harto interesante. No por nada la esfinge vino a reposar un rato en el cuadro de Berberyer.



1 comentario:

Anónimo dijo...

"Dos hermanas, dos gemelas" son géneros femeninos y "El día y la noche" es uno masculino y el otro femenino. ¿Paradójico?