domingo, julio 10, 2011

Corazón de Nardo.

Adán, Eva y Lilith (Fragmento, fresco de la bóveda de la Capilla Sixtina) Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni.

El silencio es tan potable y tan perfecto, son tan pocas cosas ya, las que a esta hora, rasguñan su blancura rota y deshilada, sólo puedo oír devenir desde allá afuera, el canto cetrino que mana del río, el rutilar de algunas, dos o tres estrellas, el doliente arrullo que la lechuza arruga, mi respiración y la de él… en esta tierra en la que mi Diosa colmó de treinta mil creaturas, de soles tibios y hermosos y de lunas siempre plenas, todo es mansedumbre y todo es sueño, todo, hasta los árboles parecen dormitar, parecen haber amainado su follaje arisco para arropar sus troncos fustigados por el frio, el frío de esta madrugada hostil en que el desvelo es mi único testigo… él descansa sosegado, se deja caer en el vil sueño, con un descaro odioso que detesto, y ni parece hombre, es sólo una bestia bípeda, lampiña, con colmillos marros en la boca, con uñas débiles y rasas, tan indefenso que le amo, tal como amo aquel gatito que me regaló por la mañana, es tan hosco, y es tan bruto que le amo, como si amara la ternura de un bovino manso que descansa, y a no ser por ello, porque le amo, es que no tomo aquella roca tan pesada y la dejo caer franca y despiadada sobre el bellísimo mármol de su frente, y es que me siento tan penetrada por él, por su gesto deferente y endulzado, me estorba su desnudez tan inocente, sus brazos fuertes y su tórax musculoso y prominente, sus muslos como dos robles labrados, me aterroriza tocarle mientras duermo, rozarle en un giro descuidado la punta de su pene o en los labios, su carnalidad adusta me está desgarrando los adentros.

Lo he contemplado largamente muchas horas, mientras despeino y peino mi cabellera enrojecida, mientras me acaricio la blancura de los muslos, mientras errabundeo con los dedos en la masticable ternura de mis pechos, y en el horizonte ya, hay un sol que despunta su melena carmesí y arrebolada, los ruiseñores trinan como lluvia, los canarios gorjean como la niebla, los petirrojos cantan como hierba escarchada y afilada, las cocoritas ululan desgraciadas y mientras mis pies se posan sobre la claroscura, navajosa y empedrada entrada de la casa, me envenena de nuevo la ponzoña, aquella pecaminosa y azulada idea, me conmueve la vastedad de este infinito, la dilación de este mundo tan halagüeño que adolece de indefiniciones y de nombres, pero tiene formas miles y colores y tiene mil caras y luces y canciones, Adán no siente la primigenia autoridad con que pisamos las llanuras, con que mojamos nuestros pies en siete ríos, y dejamos que el color se configure en el fondo sutil de las pupilas, él no entenderá la prematura y virginal naturaleza de nuestro mundo ignoto y sorprendente, ni el misterio cabal que se acurruca en el vaho del buey, en la boreal aurora, en la rojura de la sangre, en la vertiginosa cosquilla que me enferma y me enamora al saberme exploradora y amazona de este mundo jamás pisado por mujer ninguna, por ni un hombre… y vacunamos con palabras a las cosas, a los lugares y a los animales que observamos, hay tanto que nombrar que anda sin nombre, hay tanto que cifrar en mil vocablos, pero a Adán no parece importarle las semanas, ni esos días de temblores, ni las ofuscantes noches que troqué mi corazón en ansiedades y febriles abstracciones para buscarle un nombre tan serafinoso al bello nardo, para imbuirle en un espejo de aliento y de sonidos, la palabra que reflejara la belleza de su tallo, al gentil estallido de sus capullos que nacen muy rosas y mueren tan albos, para la hipnótica caricia que me da su perfume en las mañanas, y qué decir del cervatillo, o de la aurora, o de los labios, o de los besos, o del colibrí, o del fuego, todos nombrados por mí, o del nombre de magia que le di a mi Diosa, mi Creadora, y que un día con votivo encanto le regalé, y acordamos, los tres, jamás nombrarlo, ni repetirlo de nuevo, porque en aquel regalo, dimos, en especial liturgia, una promesa de solemnidad y de lealtad perenne cautiva en los corazones, de Adán y el mío, que al mencionarla de nuevo, aquella bella palabra, rompería su tierno frasco y los lazos con nuestra Señora amada.

Adán no entiende de esas cosas, Adán es sólo un toro que anda yergo, que nunca ha mirado el velo terso que mi Señora cuelga y pinta en cada madrugada, Adán no sabe del color de la tristeza, ni de las lágrimas, ni del espacio indómito que te arrebata el sueño, ni de la angustia severa y el desconsuelo en que se sume el corazón al ver la muerte tierna, hipotensa y lastimera de una rana, no podrá escuchar nunca el quejido agónico de una rosa que se quema y se muere en la escarcha madrugona y excitada. Adán no entiende… no entiende nada… Adán es sólo un cruel, es un idiota, un impedido, es un órgano sexual delimitado por el derroche de su sangre y energía que fluye en desmedida y anegando las grutas infinitas de su falo, las galerías toscas de ese sexo que tan sólo sirve para el sexo y puterías y porquerías y nada más nada. Pero le compadezco harto, es desdichado y se ha ganado mi empatía y mi compasión, pues, él no tiene la culpa, la culpa la tiene la sanguijuela estulta que le cuelga del pubis, que le merma la sangre, y que henchida con ella, inflamada y erecta, le convierte en esclavo de una falaz efusión, impidiendo con ello, que la nobleza de su corazón o la luminosidad de su cerebro, se oxigenen bastante, para ver a las cosas, como las miro yo.

Adán es como un cachorro cabrón, se levanta muy tarde, se espulga el cabello, se acicala los brazos, estira las extremidades con un gesto atigrado, se sonríe con mucha, demasiada fatuidad, sale de casa con un paso negligente, se pasea el día entero embebido en el sol y embriagado en el viento, se baña a menudo, caza con codicia, hostiga a las bestias, arranca frutos licencioso, come mangos, chupa higos, masca cañas, rumia cocos, peras y manzanas, escupe semillas, se recuesta y descansa, duerme mucho, platica muy poco, y cuando las sombras vespertinas descuelgan sus telarañas sobre los cerros y las montañas, con osadía terrible, con gula inmisericorde y con lujuria insondable, acude a mí a reclamar los frutos de mi cuerpo, a mamar el néctar de mis senos, a morder los afrutados gajos de mis labios, a descuajar en dos mi sexo fructificado y a beber de él con sed férvida y prepotente, es un animal salvaje que implora ser domesticado. Y después… al saciar sus antojos con una potestad conjeturada, sólo piensa en someterme, sólo piensa y gusta lanzarse encima mío como hiena que muerde y marca con los dientes, a su presa lastimada, en verdad me hiere la violencia de su sexo, me rompe desde adentro la vagina, pero el ardor más rancio que me afecta, es el designio engañado con el que siente, cree y piensa que puede tomarme cuando y como él quiera, repudiando mis deseos por los suyos, rompiendo con su bestial calentura, el sopor amartelado que despierta en un hastió y en un odio muy callado.

Y antes de que Adán me colme en semen y polute, llenando mis adentros con su leche efervescente y calentada, me cansa la periodicidad de cada noche, y por eso es que esta noche quiero, sentarme y cabalgar sobre su sexo, mostrarle que hay mil formas de cogerle, emular que son cual falos mis dos pechos, penetrar con ellos en su boca, quiero asir el comando de la cópula, y demostrarle que hay más placer que el que conoce el muy ingenuo, mostrarle que no sólo mi vagina, es concavidad capaz de contenerle, abrazarle y constreñirle; enseñarle pervertida y endulzada, que abreva también placer al humillarse, que no será menos hombre y masculino, si somete a dos horas su cruel brazo, si doblega la barrera ufana en que apertrecha, la ternura de un niño que me teme, esa barrera que alzó desde el principio, esa muralla en que se encierra, quiero ser al menos esta noche, la dueña de mi trágico deseo, colgarme de su cielo y él abajo, que mis senos pendan justo encima de su rostro, que mis cabellos caigan como magma ardiente y piroclastos, testigos patentes de mi furia, esquirlas ardientes de lujuria, llenándole los ojos y los labios, quiero coronarme su señora, quiero adueñarme de sus suspiros, quiero herir su corazón del mismo modo en que Adán ha herido insolentemente el mío, quiero succionar su altivo orgullo, que se refleja en la erección cruel de su pene, quiero beberme la almizclera pulpa que le brota al culminarle su lúbrico deseo. Quiero que me tome arriba, y luego a gatas, y de pié, y que me tome en un oblicuo abrazo, que me tome en inversión enferma, bebiendo de su sexo y él del mío, quiero que me tome en la llanura y en el bosque, en el lecho del río y en la suave cama de la arena o del pasto, imantar sus manos a mis pechos, que me tome por detrás mientras abrazo, sacrílega, el árbol del conocimiento, que me tome de noche, y por el día, en momento cualquiera. Y cuando acabemos extasiados, exhaustos, recostados contra el cosmos, pongamos entrambos diez mil nombres a todas las estrellas de ese cielo, y a los árboles y frutos que nos faltan, y a los animales y a las cosas que aunque existen, existen a mitades tan indignas, por no tener un nombre que las llame, y quiero que mientras eso sucede, que mi Adán, tan tosco, hueco e imperfecto, me abrace recio sin soltarme. Pero todo ello es un mal sueño, pues cuando dispongo mis deseos a los actos, Adán cede un poco, lo cautivo, logro subirme en él y lo domino, pero al poco rato su orgullo gigantesco se despierta, me vuelca de nuevo contra el piso, me toma con gran fuerza de las manos, introduce su verga entre mis carnes, me mira con furor engreído y marrullero, se mueve con cadencia perturbada, como en trance automático y grosero, no dura mucho el abordaje, eyacula disperso y aterido, se arroja de bruces sobre el suelo, se queda dormido al poco rato, mientras de mí aún escurren los vestigios de su animalidad podrida que me infecta.

A la postre de la desventurada fractura, de la sentida violación que me supura por los pezones y por la boca y por el sexo, del frenético odio que me crece por adentro, salgo con mi gatito en brazos, a buscar el rostro de mi Señora hermosa en la gran luna, mis ojos llueven salinas circunstancias, mis labios llueven quejidos inaudibles, mi piel que llueve, electrizante escalofrío, el calor animal de mi gatito, clavándose en mis senos, y yo enamorada y tan mal correspondida, de aquella mi dueña y mi Señora, que yace muy lánguida y muy bella, recostada de las nubes mientras mira satisfecha la tragedia sensible que me hiere, mientras me mira y se acaricia los pechos, yo que he sido hecha tan perfecta, soplada del polvo de las estrellas, creada a la imagen y semejanza, de la mitad femenina de mi Creadora, y que Adán elaborado con el mismo polvo de los astros, soplado por el mismo aliento tan divino, a similitud y perfil asemejado del lado masculino de Dios, el Creador, el que nos hizo, ese retrato de deidad incontemplable en su verdadera y purísima sustancia, se presenta ante mí como mujer, se presenta ante Adán luciendo hombre… ese Dios o esa Diosa con su semblante aburrido y divertido, parece satisfecha de mirarme, herida, compungida y humillada, y me doy cuenta que no soy más que artilugio para hacerle pasajero el tedio artero a mi Señora, no puedo ver en mí y en mi desgracia, otra cosa que no sea un pasatiempo para esa Patrona que me mira y no consuela, ni las lagrimas de mis ojos ni las llagas de mi sexo.

En mi sesos escucho su voz andrógina, perlada y tan silente, que me pide que no, que no lo diga, me dice, -Oh Lilith, dulce niña, no pronuncies, el nombre tan bello que me has puesto, no deslumbres a tus labios con su fresa, con el sortilegio de este pacto temerario, no lo digas, porque en ello va implicado, la destrucción de tu corazón en mil pedazos, proyectados por los cielos y los aires, retornando el polvo azul que constituye a todo tu ser de frutas y de nardos perfumado, de nuevo al espacio y al limbo bruno y abrumado.-

Tú no puedes saberlo mi Señora, tú como Adán no lo comprenden, tú te sirves de mí, y de mis penurias, Adán se sirve de mí y de mis faldas, yo sólo sirvo a este mundo que has creado, yo sólo seguí lo designado, tú sabes mi Diosa cuan investida estuve de candor y de emoción y enamorada, cuanto dejé de mi en las palabras con las que nombre a tu creación tan ancha y casta, cuan dedicada estuve por lo tuyo, cuanto embeleso y frenesí deposité en aquél hombre, no mi Señora tú no sabes, que no me importa si al decir tu nombre, al nombrarte, rompo el pacto y se me estalla el corazón por entero en mil pedazos, tú no lo sabes Diosa mía, no lo supiste, pero yo tengo desde hace tiempo el corazón muy fracturado.

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