sábado, octubre 22, 2011

Respingar.

"Ángel de mi guarda..."
por Jonay.

Un muro en la garganta, las entrañas descolgándose por todos sus adentros, ese aire frío que recorre las oquedades de los huesos, el ruido interno del silencio mordiéndole los ganglios y atrás de esternón; la condición era, que nunca le volverían a pasar por encima, ciertamente estaba fastidiado, le ardía el orgullo, o más bien le ardía una fértil frustración, esa horrible angustia de no lograr nada, de no conseguir un mejor empleo, de vivir náufrago de las deudas, preso de sus padres, de llevar la sumisión colgada de la frente hasta para ir a defecar, de ser siempre obediente, correcto, serio, callado, ejemplar, deferente.

Fracturaba sus muelas todos los días de su vida mascando rencores, grandes y pequeños; se rompía la cara en contra del presente, el que a cada segundo se instala renovado y permanente dueño de su vida, de su pensamiento y de su acción.

Sube al autobús, se mira el calzado enlodado, desvía la mirada como tratando de ignorar sus zapatos viejos, sucios, y maltratados, como si en aquel intento de omisión, pudiera someterse a sí mismo a una especie de olvido o confort y olvidar, en que lleva más de dos años sin comprarse ropa nueva, en que tiene los calcetines remendados mil veces y que su ropa parece toda ser gris pues hace tanto tiempo los colores se le escurrieron con la lluvia, o se le evaporaron con el calor, o se disolvieron con el sudor de su pecho y de sus axilas o huyeron colgados del vaho que expelió en todas las mañanas frías de su vida anterior.

Se sienta, se abraza al portafolio azul y aunque intenta olvidar, olvidarse a sí mismo, de sus sueños envenenados por la rutina, por la oblación, por la cobarde nobleza del privilegio de los demás ante sí mismo, con mayor fuerza se acuerda de los pesares, remordimientos, penas y deseos malogrados que le resonaban a gritos la desdicha amarillenta en que se ahogaba su corazón.

La auto-negligencia debiera ser un pecado mortal, un delito imperdonable, sugiero que con pertinencia que debiera haber mandamiento que rezara: “No te olvidarás nunca de ti mismo, pues abandonarte es abandonar Dios nuestro Señor.”

Por eso le murmuré muy quedo con voz llena de compasión “No debiste, Manuel, regalarle tu vida a los otros, no debiste nunca mirar con duelo los libros de la librería, sin comprarte alguna vez alguno, el que gustaras, el que quisieras; no debió remorderte la conciencia comprarte zapatos tenis, comer en lugares caros; salir con alguna chica linda, pensar en casarte; embriagarte de vez en cuando; olvidarte de tus padres para irte de vacaciones; no debiste destinar tu tiempo, tu dinero, olvidar tus sueños, legítimos y perfectos en pos de personas que no te bajan de pendejo. Pero lo que más debieras lamentar es esperar a los 43 años para percatarte de ello.

El autobús se sacude, un maleante encañona la nuca del chofer con sendo pistolón, el otro vocifera por los pasillos, émulo de Minos, fustigante y embravecido, despojando a puñetadas, maldiciones y escupitajos a los viajeros de su posesión, se acerca a Manuel, le mira con arrogancia rutilante, hiede a thiner y le dice con desprecio -Dame tu portafolios pendejo. Manuel se levanta artero, enarbola un revolver, dispara a bocajarro, esquirla los sesos del ladronzuelo por el piso del pasillo, por los cabellos y las caras aterradas de los pasajeros, detona el arma de nuevo, hiriendo en el vientre al otro secuaz, el proyectil lo traspasa y abate a un pasajero. Manuel se deja caer en su asiento con una sonrisa de dicha y una lagrimilla extraña corriéndole por la cara y murmura –Ángel de mi guarda, dulce compañía…

Claudio Phoenicoperus.

1 comentario:

Nidya Areli Díaz dijo...

Muy rica narración en lo descriptivo, la tensión del lector sube de continuo hasta el clímax. Ha mejorado bastante y se le agradece.