martes, diciembre 20, 2011

Lluvia.

El día que llegué a Nueva York llovía, ¡vaya bienvenida! uno, por dentro con los nubarrones atormentándole el arteria mas adyacente del corazón y la recepción fue fatal, a todas luces la ciudad me aborrecía como tantas otras, no era cosa nueva, sin embargo, esta vez, por decreto extraño, me encontraba muy susceptible, me acerqué a un carrito de hot-dogs con la esperanza de superar el jet-lag, mis botas aun tenían rastros de neblina londinense, mi portafolios parecía extrañar con toda su piel curtida Singapur, y yo me moría por regresar a Caracas. 

                Abordé el Yellow Cab con el hot-dog en la mano y el pullover y la maleta en la otra y el portafolios bajo alguno de los brazos. Vuelta a la izquierda en Franklin, a la derecha en la cuarta, a la derecha de nuevo en el boulevard, bajo de la cabina con el saco manchado de mostaza, me guarezco un poco con la mano hasta las escaleras de loft, me recibe el apartamento completamente vacío a no ser por un par de sillones viejos, suena nuevamente el teléfono, miro la fulgurante pantallita, veintiseis llamadas perdidas, doce mensajes, ese Inepto de Joaquín me tiene harto, siempre tan aprensivo, seguramente el idiota tuvo problemas con la máquina de fax o con el agente de hacienda, no pienso contestarle hasta mañana. ¡Perro Infeliz! ¡Bah!

Arrojo mis cosas al piso me agarro la cabeza, duele, arde… quema… me viene de nuevo la hemorragia nasal y el dolor detrás de la lengua… muero, vivo, me quema el pecho… arrastro mi mano, con seguridad hasta el bolsillo del pullover para sacar la medicina, con el nublado pensamiento que después de tomarla, aquel azuzo de muerte pequeña será solo un pasmo más o menos rutinario, del que me repondré durmiendo, pero no poco aterrador…

                Mimí cuelga el auricular, me pidió que le bajara las cosas al jefe que espera en el lobby del hotel, tomo la maleta, el portafolios y el pullover, salgo corriendo, llevo los pasajes de la proxima “esquina”, Nueva York, tomo sus lentes del buró, y accidentalmente con el dorso de la mano hago caer las medicinas del Señor Escobar detrás del buró, palpo por el suelo unos momentos por impaciencia, el frasco es inalcanzable, mi celular suena, el Señor Escobar está furioso, ruge, esta por perder el avión, no importa, le conseguiré una nueva dotacion de pildoritas rosas en el aeropuerto de Londres antes de que salga a Nueva York y lo pondré como siempre en el bolsillo del pullover por cualquier cosa, como siempre, y el jefe no se dará ni cuenta. Que si lo hiciera, me arrancaría las orejas con los dientes.

                El Señor Escobar me arrebata sus pertenencias y sale disparado a encajarse en el taxi, le pido unos segundos para ir al sanitario rápidamente, el momento de oro para todo asistente personal, al salir, el Señor Escobar ha partido al aeropuerto sin mi, mi angustia chorrea de mi cara y apenas me percato que empieza a llover.

2 comentarios:

Nidya Areli Díaz dijo...

y, ¿la foto?

Claudio Phoenicoperus dijo...

Ahm, la foto se las debo para la que sigue. Mil disculpas. ¡Gracias por leerme!