El día que llegué a Nueva York
llovía, ¡vaya bienvenida! uno, por dentro con los nubarrones atormentándole el
arteria mas adyacente del corazón y la recepción fue fatal, a todas luces la
ciudad me aborrecía como tantas otras, no era cosa nueva, sin embargo, esta
vez, por decreto extraño, me encontraba muy susceptible, me acerqué a un
carrito de hot-dogs con la esperanza de superar el jet-lag, mis botas aun tenían
rastros de neblina londinense, mi portafolios parecía extrañar con toda su piel
curtida Singapur, y yo me moría por regresar a Caracas.
Abordé
el Yellow Cab con el hot-dog en la mano y el pullover y la maleta en la otra y
el portafolios bajo alguno de los brazos. Vuelta a la izquierda en Franklin, a
la derecha en la cuarta, a la derecha de nuevo en el boulevard, bajo de la
cabina con el saco manchado de mostaza, me guarezco un poco con la mano hasta
las escaleras de loft, me recibe el apartamento completamente vacío a no ser
por un par de sillones viejos, suena nuevamente el teléfono, miro la fulgurante
pantallita, veintiseis llamadas perdidas, doce mensajes, ese Inepto de Joaquín me
tiene harto, siempre tan aprensivo, seguramente el idiota tuvo problemas con la máquina de fax o con el agente de hacienda, no pienso contestarle hasta mañana. ¡Perro Infeliz! ¡Bah!
Arrojo mis
cosas al piso me agarro la cabeza, duele, arde… quema… me viene de nuevo la
hemorragia nasal y el dolor detrás de la lengua… muero, vivo, me quema el pecho…
arrastro mi mano, con seguridad hasta el bolsillo del pullover para sacar la
medicina, con el nublado pensamiento que después de tomarla, aquel azuzo de muerte pequeña será solo un pasmo más o menos rutinario, del que me repondré durmiendo, pero no poco aterrador…
Mimí
cuelga el auricular, me pidió que le bajara las cosas al jefe que espera en el
lobby del hotel, tomo la maleta, el portafolios y el pullover, salgo corriendo,
llevo los pasajes de la proxima “esquina”, Nueva York, tomo sus lentes del
buró, y accidentalmente con el dorso de la mano hago caer las medicinas del
Señor Escobar detrás del buró, palpo por el suelo unos momentos por
impaciencia, el frasco es inalcanzable, mi celular suena, el Señor Escobar está
furioso, ruge, esta por perder el avión, no importa, le conseguiré una nueva dotacion de pildoritas rosas en el aeropuerto de Londres antes de que salga a Nueva York y lo
pondré como siempre en el bolsillo del pullover por cualquier cosa, como
siempre, y el jefe no se dará ni cuenta. Que si lo hiciera, me arrancaría las orejas con los dientes.
El Señor Escobar me arrebata sus pertenencias y sale disparado a encajarse en el taxi, le pido unos segundos para ir al sanitario rápidamente, el momento de oro para todo asistente personal, al salir, el Señor Escobar ha partido al aeropuerto sin mi, mi angustia chorrea de mi cara y apenas me percato que empieza a llover.
El Señor Escobar me arrebata sus pertenencias y sale disparado a encajarse en el taxi, le pido unos segundos para ir al sanitario rápidamente, el momento de oro para todo asistente personal, al salir, el Señor Escobar ha partido al aeropuerto sin mi, mi angustia chorrea de mi cara y apenas me percato que empieza a llover.
2 comentarios:
y, ¿la foto?
Ahm, la foto se las debo para la que sigue. Mil disculpas. ¡Gracias por leerme!
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