miércoles, enero 18, 2012

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Amanece… otra vez, es la mañana número once mil doscientos veinte de mi vida, la más fría probablemente, porque se me ha helado el corazón, escarchado, fresco y coagulado… carne de congelador… mi camisa tiene siete botones y una cantidad de puntadas, que hasta ahora, me permanece desconocida; no importa mucho en realidad cuantas puntadas ni botones tenga… es, a final de cuentas, sólo una fútil camisa… tampoco es importante meterse a bañar bajo el hilo de agua fría… la colisión del hidruro de oxigeno en contra del mar de mis cabellos rompe atronadoramente en el tercio de mi espíritu, allá, en donde afuera dejo de ser yo, nulificado por el chapotear del agua contra las baldosas y por el remolinillo rosa de mi respiración sólo se escucha el crujir de la tristeza agazapada sobre la puerta del baño… tal como el cuervo de Poe, como el Albatros de Baudelaire, acicalándose las plumas… patinando su pico alforzado y potente por la grasosa estructura de sus huesos huecos, de corazón de pájaro enjuto, solicitada y muy atribulada en días como estos, en inviernos de largas concesiones, en el incesante estridular del grillo interno de agenda electrónica que le memora adusto la impostergable cita para un suicidio en Japón, evento para el cual la tristeza es entelequia menester e indispensable; unas exequias en Níger, una fractura de corazón en Buenos Aires, la afligida pérdida que sufre una madre de su niño en Islandia, o un proyecto americano trocado en fracaso y decepción a un bajo el pesar de haberle inyectado la vida toda, de un señor anglosajón.

Pero la tristeza acalla sus repicadoras alertas de edictos y citas por doquiera, apaga su brevario pseudo Ipod, se lo guarda en el bolsillo del abrigo, se arrebuja confortablemente y me mira con su solo ojo embrujado por un manto de ceguera semi-azul, grácil… Parece tenerme cierta privanza individual… o ya de menos una fulgurante curiosidad que le hace brillar los dientes al comerse con goloso gusto las uñas de los pies, se columpia coja desde lo alto de la puerta sin quitarme el ojo de encima, y con sus manos de araña y su vientre de tubérculo cocido proyecta su andamiaje de trampas y luces al infinito, como una escalera rara con peldaños entrecruzados que a veces suben… que a veces bajan… que a veces, muchas veces… no te llevan a ningún lado…

Y afuera del taciturno rebozo de agua fría y moretones fantasmagóricos que me guarece… creíblemente se encuentre la voz que necesita escucharme… o con mayor certeza, la voz que necesito yo para encender una pequeña pira que arrebole el péndulo de mi corazón.

Porque la tristeza es garrapata, que cuando muerde en tu carne, no hay fuerza entre tus uñas que la despoje de beberse el manantial de tu sangre blanda y tibia, ni hay voz en tus vocablos que le maldiga al grado que un día se indigne ofendida y se retire mentando madres; ni hay veneno que puedas tragarte, capaz de amargar su lactancia, sin que te cargue a ti también; ni rastrillo que carcoma más profundo que aquellos raigones como para arrancarle del calor de hogar que ha edificado entre tu epidermis… a no ser claro que un calor externo y alienado se haga tuyo, te arrope y te abrume genitalmente e irradie sobre su parásito corpúsculo un halo incinerador que corrompa sus mordaces uñas, que quebrante su obstinada quijada y deponga su mordedura y se aparte de tu piel ahuyentada por ese bello calor… Me temo... Señores míos… que no hablo de lumbre, hablo de un calor muy peculiar, indómito, evasivo… que ha pocos días se me ha fugado del corazón.

Y en su ausencia me han venido unas ganas tremendas de contarlo todo… ¿Cuántas gotas de lluvia han mojado mi piel? ¿Cuántos libros me habré leído? ¿Cuánto disque poemas, me habré escrito? ¿Cuántos acordes de guitarra dulcificaron mi corazón? ¿Cuántas sonrisas se me han poseido? ¿Cuántas luces he visto? ¿Cuántas de ellas me han cegado? ¿Cuántos kilogramos netos, pesan todos los besos y los huesos de mi amor?¿Cuántos días habré embebido? ¿Y cuantos meses se me han ido?

Mi vida tiene hasta ahora once mil doscientos veinte días y los meses que ando vivo suman trescientos sesenta y ocho… no importa mucho en realidad cuantos días ni meses tenga… es, a final de cuentas, tan sólo una vida.

Pablo Pozos Pescador.

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