Por Claudio Phoenicóperus.
Torre de Babel
Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569)
Óleo sobre madera (114 cm × 154 cm)
La torre de Babel
"Divide et vinces", “divide y vencerás” decía Julio César y probablemente no exista una máxima romana tan elocuente, trascendente y verificable, tanto así que podemos aplicarlo a las cuestiones de Dios y al paso de su mano omnipotente sobre la tierra y lo padecido por el hombre desde su remota y primaria existencia. Cuando la lengua era una, y todo lo que nombró Lilith [1], con su corazón de nardo en los días más jóvenes, sonaba del mismo modo en la gardenia Babilona que en la azul Fisterra, en el Japón distante y en el Congo tibio; Dios tenía un mismo nombre y el trigo se invocaba con el mismo soplo de voz de un hombre blanco, negro o amarillo; la lujuria endulzaba las papilas de todos los hombres y mujeres con las mismas letras, las mismas vocales; los mismos fonemas. Un error insospechado y desprevenido del creador dotó a sus creaturas, símiles y semejantes a su imagen, del verbo creador y destructor del todo; fue el verbo a través del cual, Dios sacó el universo de la arcana niebla del limbo inhabitado; fue el verbo a través del cual, Dios dijo “hágase la luz” y así se hizo, y lo mismo fue para el cielo y para la tierra, para las creaturas del mundo, que vuelan, caminan, nadan y reptan, para el hombre que, tras un soplo murmurado de su voz entre los labios de Adán y Lilith; les dio vida y ellos, a través de sus palabras, le dieron vida y forma al mundo que ya preexistía. A través de la palabra se propagó la sabiduría suculenta que masticaron Adán y Eva del fruto privatizado por su divina excelencia El Dios de los cielos; y fue la palabra, el verbo vivo como sierpe propagada por el mundo, con las virtudes intrínsecas a él y también con el pecado. La economía del lenguaje jamás tuvo un acepción tan absoluta, sin importar las longitudes que separaban a dos pueblos y culturas, los nombres de las cosas eran más o menos los mismos. Sobrevino un meteoro, némesis del pecado en el universo, las canteras que anegaron a este mundo. Dios sólo sabe de dónde hayan venido, dieron lugar a los continentes de nuevo, que emergieron cuando se filtraron por las coladeras de un inexplicable limbo eterno. Sin embargo, el corazón humano quedó inundado de zozobra y miedo, y una horrible desconfianza manipuló los actos humanos postreros, y en plena cuna de la humanidad, en las tierras vetustas de la Babilonia en el valle del Senaar, el ímpetu humano coordinó a través del verbo una hazaña que le permitiera desechar la susceptibilidad humana de los designios caprichosos entre lo divino y lo terreno y pretendió igualarse a su creador, pero para ello le era menester subirse al cielo. Así, por medio del verbo solicitaron el martillo y la cuña, designaron la forma que habría de darse a la cal y al ladrillo para erigir una fálica estructura que en su cima coronara un atalaya que albergara a los hombres miedosos de ser hombres y del verbo pronunciado por Yahvé desde su trono. El creador, al ver la ligereza de sus hijos, les puso en los labios un voceo distinto, las ideas se confundían y se limitaban y el entendimiento se derrumbó con estrépito del mismo modo en que la torre de Babel se fue cayendo. Quisieron habitar todos en las alturas como una misma hermandad y raza, pero la distinción del lenguaje le conminó a cada uno a buscarse un buen fin cada quién por su camino. Así se originaron las lenguas del mundo según me lo contó el nahual Makimbo.
Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), pintor Belga para quien La Torre de Babel fue un tema fascinante a grado tal, que se dio pintar tres cuadros con la mítica estructura; alguno de ellos se perdió en el incontenible devenir del tiempo y no se tiene idea de que suerte haya sufrido. Fue probablemente influenciado por “el carácter cosmopolita de su ciudad de Amberes” [2]. Brueghel, se apasionó al llevar al lienzo La pequeña Babel, cuyo título irónico le reprocha a la humanidad su ambición y soberbia al punto de querer hacer una “escalera” para subir al cielo, sentarse junto a Dios, y disputarse con él el control del mundo. Del otro lado tenemos esa otra Babel de la que no se sabe nada en absoluto, Makimbo me contó, mientras mascaba hojarasca de menta, que en aquella pintura Brueghel el Viejo, retrató a Dios con gesto furibundo descendiendo un pié sobre la torre y con una palabra ilegible manando de sus labios; en ella conjuró la división de las lenguas y los pueblos, el zafio de Makimbo, con sus patitas de cabra, me dijo, tras un escupitajo aromado a menta y a licor de lúpulo, que durante muchos años la pintura fue oculta por ser la que más fielmente ha capturado el rostro de Dios, y que por ello parte de su verbo quedó aprisionado en la pintura y el mundo empezó a caer en una pre apocalipsis que sumió al mundo en diez mil plagas; pero que el mismo miró con sus ojos leonados cuando San Rafael el Arcángel bajó en un rayo de esquirlas y con sus dedos de llama arrancó la cara de Dios pintada en el cuadro y se remonto de nuevo al cielo a retribuir al Creador su verbo, y con ello su salud pues en ese momento estaba muy, muy enfermo. Me ha dejado un rancio sabor en la boca su cuento y no sé si voy o no a creerlo.
La otra pintura, que sí se conserva del diestro Brueghel, y que es la que les presento, es un óleo sobre madera y corresponde al periodo renacentista, de 114 cm × 154 cm de dimensiones, es una pieza bastante luminosa y detallada, muestra fehaciente del estilo Bruegheliano en el que se destacan la simbolización de preceptos humanos abstractos, en este caso el orgullo y soberbia humanos. En la pintura podemos ver en el plano más cercano a un grupo de albañiles con maza y cincel en mano labrando las piedras de la torre. Entre ellos, en ricas ropas, podemos observar a un “arquitecto” vestido en plata a quien podríamos asumir como el orgullo, la soberbia y ambición personificados; este arquitecto comanda en apariencia las labores de los otros hombres que, sin dejar de trabajar, escuchan su mandato; lo que destaca que entre ellos existía una lengua común y una comprensión indubitable. Frente a este sujeto se inclinan reverenciosos otros hombres cual si clamaran piedad, de lo que podemos inferir el sentido inmisericorde de las ufanas perogrulladas del hombre. En un plano secundario, pero el más predominante de la pieza observamos una riquísima Torre de Babel que se erige temible y majestuosa en una península y cuyas faldas son acariciadas por una especie de cuerpo acuífero; sin embargo, podemos ver con claridad que dicha torre está en construcción, pues en ella se despliegan grúas y andamiajes que emplean los albañiles para subir las piedras. Al fondo y en el último plano, bajo el manto celeste, observamos una ciudad bastante urbanizada y cosmopolita, cuyas dimensiones son poco contenidas, y que sin embargo contrastan gravemente con las de la torre, cosa que nos demuestra la incesante voracidad humana por mantenerse creciente, orgullosa, y trepidante. Es un cuadro en que los colores sin ser harto brillantes corresponden a una armonía ensoñada, onírica y tremebunda, las pinceladas son en extremo finas al punto que es casi posible verle las facciones a los hombres, que aunque diminutos, están puestos en primer plano.
En verdad considero que es una pieza artística de una envergadura inigualable, de hecho me atemoriza un poco llevar esta composición a mi mente y verme inmerso en ella al pie de la colosal estructura pero, lo que más me inquieta, es pensar en lo que me dijo el Makimbo sobre aquella otra pintura perdida y el rostro divino, supongo que si existiera sería algo terrorífico.
[1] http://bitafutil.blogspot.mx/2011/07/corazon-de-nardo_10.html
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Pieter_Brueghel_el_Viejo
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