jueves, mayo 23, 2013

Música

Por: Berto Naviera.
Tema musical: En la tierra de los Zulus (Kwazulu).
Interprete: Myriam Makeba.
Album: An evening with Belafonte/Makeba.
Año: 1965. 

SABANA 

El alba despierta los primeros rumores matutinos. La bóveda celeste, aún irisada de estrellas, muestra ya las primeras rojas heridas solares sobre su añil profundo. El aire calmo y sereno comienza a llenarse con los rumores de los madrugadores. La sabana despierta y se despereza. En el horizonte un grandioso arco de fuego ha incendiado el cielo sobre nuestras cabezas. Llamaradas de rojos refulgentes y anaranjados esplendentes consumen rápidamente los profundos azules celestes. Las estrellas van apagando sus lumbreras intimidadas ante la marejada luminosa inminente. El amanecer triunfa una vez más sobre las sombras nocturnas y el paisaje va volviéndose claro y resplandeciente. Las sombras de acacias, palmeras y prosopis se alargan y alargan intentando competir, ayudados por el fuego del sol naciente, con la altura de las montañas que circundan el valle. 

Una gran planicie forjada en oros, en rojos, en amarillos y verdes, aún con los brillos diamantinos del matinal rocío, basta y espléndida, se ilumina. En el lejano horizonte los impresionantes monolitos graníticos que circundan el valle van mostrando su rostro uno a uno tocados por la magia de un amanecer recién estrenado. Bestias grandes y pequeñas, de variados colores sorprendentes, van llenando poco el escenario. Unos mugen, otros pían, otros croan, otros rujen. Y la sabana completa va llenándose de vida. 

Al cobijo de un majestuoso baobab, una aldea de chozas de barro y techos de paja y pieles rodea el impresionante tronco del gigante. Una columna de humo se eleva en el aire, los nativos inician sus diarias actividades. 

Cinco mujeres salen de la aldea formando una colorida columna camino al estero. Grandes cántaros de rojo barro y blancas grecas soportan sus cabezas de cabellos hirsutos, muy cortos unos, largos y sujetos, los otros, en trenzas. Las cinco mujeres se desplazan en fila perfecta, sus torsos desnudos color de la tierra; los firmes, oscuros y espléndidos senos de puntas enhiestas se mueven al ritmo de sus pasos marcando la misma cadencia. Los brazos morenos, esbeltos y fuertes. Con uno sostienen el cuenco, el otro la marcha acompasa. Las recias espaldas erectas. Todas regulan el ritmo. Todas a un paso ajustan su marcha. Todas se acompañan del canto que ritma perfecto con su movimiento. Las coloridas faldas de luengas holguras juegan con la briza y hacen que sus dueñas parezca que flotan sobre los pastizales. 

Las fieras del valle las ven desde lejos. El hombre no es rey en estos lugares y ambos, bestias y hombres, se guardan respeto. Los dos han jugado el mortal juego de la cacería. Los dos han servido también de sustento. Los dos se conocen y saben sus tiempos. 

El calor aumenta conforme el día va corriendo. Altísimas nubes prometen la lluvia y no tarda el trueno en gritar su advertencia. Los hombres, las bestias, la yerba celebran al agua y se ve en un costado del grandioso valle caer la tormenta. 

El día transcurre dentro lo ordinario. Las bestias se cazan, retozan, descansan. Igual lo hace el hombre en esas tierras lejanas. No hay prisas, no hay ruidos; ni autos ni aviones; no suenan alarmas ni pelean los hombres por subir la cuesta de las sociedades modernas. Todo tiene el ritmo del día que corre, y hombres y bestias a eso se ajustan. 
 
 

2 comentarios:

Nidya Areli Díaz dijo...

Amigo querido, me congratula decirle que esto es mu hermoso poema de calor sabanero. Gracias.

Anónimo dijo...

de coraza, Bunny