Por: Berto Naviera.
El alba despierta los primeros rumores
matutinos. La bóveda celeste, aún irisada de estrellas, muestra ya las primeras
rojas heridas solares sobre su añil profundo. El aire calmo y sereno comienza a
llenarse con los rumores de los madrugadores. La sabana despierta y se
despereza. En el horizonte un grandioso arco de fuego ha incendiado el cielo
sobre nuestras cabezas. Llamaradas de rojos refulgentes y anaranjados esplendentes
consumen rápidamente los profundos azules celestes. Las estrellas van apagando
sus lumbreras intimidadas ante la marejada luminosa inminente. El amanecer
triunfa una vez más sobre las sombras nocturnas y el paisaje va volviéndose
claro y resplandeciente. Las sombras de acacias, palmeras y prosopis se alargan
y alargan intentando competir, ayudados por el fuego del sol naciente, con la
altura de las montañas que circundan el valle.
Tema musical: En la tierra de los Zulus (Kwazulu).
Interprete: Myriam Makeba.
Album: An evening with Belafonte/Makeba.
Año: 1965.
SABANA

Una gran planicie
forjada en oros, en rojos, en amarillos y verdes, aún con los brillos
diamantinos del matinal rocío, basta y espléndida, se ilumina. En el lejano
horizonte los impresionantes monolitos graníticos que circundan el valle van
mostrando su rostro uno a uno tocados por la magia de un amanecer recién
estrenado. Bestias grandes y pequeñas, de variados colores sorprendentes, van
llenando poco el escenario. Unos mugen, otros pían, otros croan, otros rujen. Y
la sabana completa va llenándose de vida.
Al cobijo de un
majestuoso baobab, una aldea de chozas de barro y techos de paja y pieles rodea
el impresionante tronco del gigante. Una columna de humo se eleva en el aire,
los nativos inician sus diarias actividades.
Cinco mujeres salen
de la aldea formando una colorida columna camino al estero. Grandes cántaros de
rojo barro y blancas grecas soportan sus cabezas de cabellos hirsutos, muy cortos
unos, largos y sujetos, los otros, en trenzas. Las cinco mujeres se desplazan
en fila perfecta, sus torsos desnudos color de la tierra; los firmes, oscuros y
espléndidos senos de puntas enhiestas se mueven al ritmo de sus pasos marcando
la misma cadencia. Los brazos morenos, esbeltos y fuertes. Con uno sostienen el
cuenco, el otro la marcha acompasa. Las recias espaldas erectas. Todas regulan
el ritmo. Todas a un paso ajustan su marcha. Todas se acompañan del canto que
ritma perfecto con su movimiento. Las coloridas faldas de luengas holguras
juegan con la briza y hacen que sus dueñas parezca que flotan sobre los
pastizales.
Las fieras del valle
las ven desde lejos. El hombre no es rey en estos lugares y ambos, bestias y
hombres, se guardan respeto. Los dos han jugado el mortal juego de la cacería.
Los dos han servido también de sustento. Los dos se conocen y saben sus
tiempos.
El calor aumenta
conforme el día va corriendo. Altísimas nubes prometen la lluvia y no tarda el
trueno en gritar su advertencia. Los hombres, las bestias, la yerba celebran al
agua y se ve en un costado del grandioso valle caer la tormenta.
El día transcurre
dentro lo ordinario. Las bestias se cazan, retozan, descansan. Igual lo hace el
hombre en esas tierras lejanas. No hay prisas, no hay ruidos; ni autos ni
aviones; no suenan alarmas ni pelean los hombres por subir la cuesta de las
sociedades modernas. Todo tiene el ritmo del día que corre, y hombres y bestias
a eso se ajustan.
2 comentarios:
Amigo querido, me congratula decirle que esto es mu hermoso poema de calor sabanero. Gracias.
de coraza, Bunny
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