Todas las cosmicómicas de Ítalo Calvino
El año pasado recibí un
magnífico regalo de cumpleaños, un libro de un escritor que hasta entonces
desconocía; quiero decir, cuyo nombre había escuchado alguna vez, pero de cuya
lectura me había perdido. El libro es, pues, Todas las cosmicómicas del escritor Ítalo Calvino. A la fecha he
leído alrededor del ochenta por ciento del tomo, uno muy bonito, por cierto, en
pasta dura, de Siruela. Se preguntará el lector como es que alguien se atreve a
recomendar la lectura de una obra que no conoce al ciento por ciento y puedo
decir a mi favor que ―todo buen lector lo sabe― existen ciertos ejemplares cuyo goce exige
cierta cuota de meditación ―lo que en el buen vino sería el añejamiento― para
hacer en la mente y en la vida algo más que una buena o mediana impresión.
Ningún
personaje tan omnipotente, tan omnipresente, tan parecido a Dios como Qfwfq. Yo
lo llamo simplemente Q porque no me alcanzan las eras, los tiempos, las
partículas, las estrellas, las consciencias, para poder pronunciar su nombre.
No se puede pronunciar el nombre verdadero de Dios. Sin embargo, es Q tan
humano y terrenal que produce invariablemente un estremecimiento el percatarse
de lo muy cerca que estamos de sus relatos. Yo soy un poco Q, me digo; soy
mucha Q, descubro; y me deshago en grandísimos letargos cada vez que termino de
leer una cosmicómica. Quedo quieta y estupefacta, quieta y silente. A lo sueño que es la vida me remite, como si
no fuera bastante milagro la existencia, como si además fuera menester estar
consciente de ella, de uno, del otro, del todo que es uno.
Haga
de cuenta el lector una historia que está pasando pero ya pasó. Haga de cuenta
el lector que Q es un átomo, un color, un dinosaurio, una flor, una forma, y
desde su consciencia de célula, de dromedario, de elemento primigenio, de hombre,
nos habla, nos cuenta, nos afirma, cual consciencia disipada y disparada, lo
otro y lo mismo que somos; cuántos siglos han transcurrido desde que somos
materia, desde que somos mente y recuerdo, desde que somos vida. Me acuerdo
entonces, con Q, de aquel día en que descubrí que tenía una bella y larga cola
con la que podía desplazarme; me acuerdo con Q de cuando mirábamos las
estrellas desde aquellas noches del jurásico; siento otra vez la maravilla del color por
primera vez en mi iris; se deslizan más allá de mis neuronas terrenas las
vivencias de otras vidas que viví, de otros seres que fui.
¿Será
que Calvino juega a ser Dios en esta serie de disparatadas historias?, ¿será que
de pequeño recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo vidente?, ¿será que
escribe las memorias de Dios, las memorias del ser, del todo? Lo cierto es que
el hombre le hace al biólogo, al físico matemático, al filósofo… La filosofía…
¡Qué cerca está la filosofía de todas las ciencias! Por más que la mente
cuadrada de unos y otros ―los malos, los desapasionados, los conformistas― lo
nieguen. Calvino lo sabe, conjuga magistralmente las ciencias y el arte en este
género narrativo que nos revoluciona conforme su lectura. El escritor se siente
en el estómago y en la piel. ¿Alguna vez has tomado consciencia de en qué lugar
del cuerpo sientes al creador de la obra que lees? Bueno, yo siento a César
Vallejo en el pecho y a Calvino en el estómago y en la piel, aunque también
depende de la obra en cuestión. Recomiendo, en fin, una lectura pausada, sin
prisas, cómoda. Debo advertir al lector que en cada relato transcurrirán
centurias; que entre una a otra cosmicómica mediará el hombre o mujer que
fuiste y el que eres ahora; que serás pájaro, aire, tiempo, tierra, tú.
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