jueves, febrero 07, 2013

Qué leer


Por Yara de Mort.

 


Todas las cosmicómicas de Ítalo Calvino

El año pasado recibí un magnífico regalo de cumpleaños, un libro de un escritor que hasta entonces desconocía; quiero decir, cuyo nombre había escuchado alguna vez, pero de cuya lectura me había perdido. El libro es, pues, Todas las cosmicómicas del escritor Ítalo Calvino. A la fecha he leído alrededor del ochenta por ciento del tomo, uno muy bonito, por cierto, en pasta dura, de Siruela. Se preguntará el lector como es que alguien se atreve a recomendar la lectura de una obra que no conoce al ciento por ciento y puedo decir a mi favor que ­―todo buen lector lo sabe―  existen ciertos ejemplares cuyo goce exige cierta cuota de meditación ―lo que en el buen vino sería el añejamiento― para hacer en la mente y en la vida algo más que una buena o mediana impresión.
Ningún personaje tan omnipotente, tan omnipresente, tan parecido a Dios como Qfwfq. Yo lo llamo simplemente Q porque no me alcanzan las eras, los tiempos, las partículas, las estrellas, las consciencias, para poder pronunciar su nombre. No se puede pronunciar el nombre verdadero de Dios. Sin embargo, es Q tan humano y terrenal que produce invariablemente un estremecimiento el percatarse de lo muy cerca que estamos de sus relatos. Yo soy un poco Q, me digo; soy mucha Q, descubro; y me deshago en grandísimos letargos cada vez que termino de leer una cosmicómica. Quedo quieta y estupefacta, quieta y silente. A lo sueño que es la vida me remite, como si no fuera bastante milagro la existencia, como si además fuera menester estar consciente de ella, de uno, del otro, del todo que es uno.
Haga de cuenta el lector una historia que está pasando pero ya pasó. Haga de cuenta el lector que Q es un átomo, un color, un dinosaurio, una flor, una forma, y desde su consciencia de célula, de dromedario, de elemento primigenio, de hombre, nos habla, nos cuenta, nos afirma, cual consciencia disipada y disparada, lo otro y lo mismo que somos; cuántos siglos han transcurrido desde que somos materia, desde que somos mente y recuerdo, desde que somos vida. Me acuerdo entonces, con Q, de aquel día en que descubrí que tenía una bella y larga cola con la que podía desplazarme; me acuerdo con Q de cuando mirábamos las estrellas desde aquellas noches del jurásico;  siento otra vez la maravilla del color por primera vez en mi iris; se deslizan más allá de mis neuronas terrenas las vivencias de otras vidas que viví, de otros seres que fui.
¿Será que Calvino juega a ser Dios en esta serie de disparatadas historias?, ¿será que de pequeño recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo vidente?, ¿será que escribe las memorias de Dios, las memorias del ser, del todo? Lo cierto es que el hombre le hace al biólogo, al físico matemático, al filósofo… La filosofía… ¡Qué cerca está la filosofía de todas las ciencias! Por más que la mente cuadrada de unos y otros ―los malos, los desapasionados, los conformistas― lo nieguen. Calvino lo sabe, conjuga magistralmente las ciencias y el arte en este género narrativo que nos revoluciona conforme su lectura. El escritor se siente en el estómago y en la piel. ¿Alguna vez has tomado consciencia de en qué lugar del cuerpo sientes al creador de la obra que lees? Bueno, yo siento a César Vallejo en el pecho y a Calvino en el estómago y en la piel, aunque también depende de la obra en cuestión. Recomiendo, en fin, una lectura pausada, sin prisas, cómoda. Debo advertir al lector que en cada relato transcurrirán centurias; que entre una a otra cosmicómica mediará el hombre o mujer que fuiste y el que eres ahora; que serás pájaro, aire, tiempo, tierra, tú.       

No hay comentarios: