Por
Yara de Mort.
Viaje
del Parnaso. Poesías sueltas, de Miguel de Cervantes
Todo buen bibliófilo
chilango sabe por antonomasia que uno de los mejores lugares para encontrar
tesoros es la calle Donceles del Centro Histórico de la Ciudad de México, ex Región más transparente del aire; pues
es allí donde se encuentra el mayor conglomerado de librerías de viejo del
Distrito Federal. Allí uno se pone a dar paseos de librería en librería en un
día libre de exploración entre trascendental y casual y no es raro hallar a
precios irrisorios libros perfectamente nuevos, con plástico y todo, de
ediciones españolas, en pasta dura, con un buen prólogo y que se empolvan
esperando al soñado lector que puedes ser Tú.
Encontré
allí uno de estos días el Viaje del
parnaso junto a Poesías sueltas
del ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes. Como soy su muy asidua y fiel
lectora, y no me da miedo leer por kilo porque por kilo y no por frase leía Don Quijote ¡je!, pues adquirí aquel
maravilloso tomo introducido nada menos que por Vicente Gaos, crítico de origen
español licenciado por la Universidad de Madrid y doctorado a mucha honra por
la UNAM. Las manos me dieron comezón para quitarle el plástico a aquel muy
bonito tomo de color café de la Biblioteca Castalia y más tardé en eso que en
sentarme en la Alameda acompañada de un café y un amigo a leer en alta voz
algunas de las Poesías sueltas. Un
viejo encantado se fue a sentar a mi lado y, fingiendo que era la fuente
delantera la idem de su admiración,
escuchaba impávido y maravillado al gran Cervantes salido de mis labios que
para eso mi voz yo le prestaba.
Los
más de los versos dedicados son a personajes ilustres de la dichosa edad y
siglo dichoso que vieron nacer al insigne manco de Lepanto, comenzando por la
reina Isabel de Valois, pasando por frailes y santos diversos hasta llegar al
túmulo de Felipe II. Son estos poemas los que no tuvieron cabida dentro de sus
otras obras; son, pues, en verdad, sus poemas sueltos y se incluye, además, una
sección de Poesías sueltas atribuidas a
Cervantes. El libro es una maravilla porque no le falta ni estética ni
contenido ni numerosas notas explicativas que harto facilitan la lectura tanto
al inexperto como al más de los doctos.
El prologuista
inserta al lector de una manera atinada en los versos de Cervantes pues, es cierto,
se suele comparar y medir a poeta con la vara de su prosa, cosa de por sí errónea
y fuera de lugar. Si bien Cervantes no es el más grande poeta que haya dado su
siglo, tal como sí es el prosista, tampoco desmerece en nada a otros de su
tiempo.
La
cosa se puso mejor cuando en solitario retomé el hermoso ejemplar para leer el Viaje del parnaso, pues en verdad no he
visto mayor ingenio en los pasados tiempos ni lo veré en los venideros siglos.
Una maravillosa técnica del verso narra la historia del mismo ingenioso hijodalgo
de Lepanto que visita el Parnaso donde reina Apolo con su séquito de ninfas. De estilo
épico y gracioso, agraciado quiero decir, la lectura hace alarde de buen humor como
el autor del texto lo hace de su
exquisito conocimiento de la época y de los escritores que en su tiempo sonaban;
hay que decir que quizá ninguno creció tanto ni fue tan grande como él mismo.
El
Viaje del Parnaso es una aventura en que con Apolo se embarcan los buenos
poetas de ingenio delirante y libran una divertida batalla contra los malos
poetas y la escritura facilona. Es una verdadera lástima que hoy en día no se
comida Apolo a erradicar, como entonces, esas letras, de poco seso y mucha
pretensión, de los que, citándose siempre as sí mismos y hablando se sí en
tercera persona, presumen de vanguardistas y bajo tal premisa envilecen el
arte. A la carga va el hijodalgo con el padre Apolo y no es esta la única
función que cumple en el texto, porque previamente ha de ser él y solo él quien
juzgue y aconseje al mismo dios del parnaso quiénes son dignos de unirse a las
filas de los buenos y quiénes deben ser desechados y sus libros erradicados por
el perjuicio que ocasionan a las confusas y poco avispadas mentes. Convirtió
Apolo en calabazas a los inconformes, y qué bien obraba el dios y qué enterado
estaba de la grandiosidad de Cervantes, porque ningún otro poeta ni ningún otro
creador de toda arte y todo tiempo estaba mejor capacitado para el trabajo.
En
fin, que cada quien es hijo de sus obras y sabe muy bien que prefiere leer. Yo
me quedo con la maravilla que representa volver a los clásicos, me quedo con la
épica en verso y la crítica inteligente y fundamentada. Me quedo con los libros
de Donceles que se empolvan otoñales en los estantes y las mesas, me quedo con
mi manco y con su ingenio. Dios te guarde, Miguel de Cervantes, con Apolo, y
que sean los malos y deslucidos poetas convertidos en un mar de calabazas y que
seas tú laureado por la mano del sol, y que sea yo contigo y me guardes algún
día un lugar en el Parnaso. Así sea.
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